Aunque el azulejo es una técnica de origen árabe y las primeras muestras que aparecen en el Museo del Azulejo de Lisboa son de origen hispánico (de Valencia y Sevilla) especialmente, se puede afirmar que Portugal es el país del azulejo, pues por toda su geografía podemos encontrar, y en grandes cantidades, muestras de esta técnica centenaria, ya sea en el norte, en Sintra o en el Algarve.
El museo del Azulejo está situado en el antiguo convento de Madre de Deus y, por eso, aparte de la rica colección de su colección, una de las maravillas que uno puede encontrar allí es la iglesia, con una capilla digna de figurar en los documentos del azulejo, tanto por su barroquismo como por su belleza.
La iglesia, y sobre todo su capilla (sin olvidar el coro, donde hay bastantes reliquias de santos, algunas bastante asquerosas), son perfectas para rodar películas, celebrar bodas suntuosas y demás delirios de grandeza.
Contenido de la Guía
¿Cómo llegar?
En autobús o en tranvía. Queda entre la Plaza do Comerço y la estación de Santa Apolonia, y lo mejor es ir en los tranvías, que son el 3, el 16 y el 27. Como es una zona poco turística, lo mejor para no pasarse de la estación es pedir al conductor o a un paisano que te indique dónde bajar.
¿Qué ver, además de la impresionante colección de azulejos de todos los lugares de Portugal?
Pues el claustro del antiguo convento, las exposiciones permanentes de azulejistas nuevos, la cafetería y el patio (donde descansar en una atmósfera encantadora) y la tienda del museo (bastante cara, la verdad, pero con muchos libros de arte que abarcan otros museos de la ciudad y el país). Comer en la cafetería, el menú del día, sale por unos siete euros.
Es conveniente dedicarle toda una mañana o una tarde, porque es un museo muy amplio y algo complicado (hay muchas escaleras, subidas, bajadas, salidas a patios interiores y exteriores, balconadas, etc.), excepto si los azulejos no te interesan mucho (en ese caso, es mejor no ir).
Y claro, sobre todo, prepárate para una explosión de color azul. Es como si el color del Tajo lo hubieran atrapado en las paredes del convento.
Para terminar, me queda recomendar que os fijéis especialmente en el mural de azulejos del segundo piso del claustro: se ve cómo era Lisboa antes del terremoto y del sunami que la destrozó en 1855.
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