Basílica de Superga
Opinión y experiencia visitando la Basílica de Superga de Turín. ¿Merece la pena? ¿Cómo llegar y qué se puede ver en ella? Te lo cuento todo!
Turín, primera capital de la Italia unificada, que acogió los Juegos olímpicos de invierno 2006. Este acontecimiento deportivo de alcance mundial es sólo una etapa más (aunque decisiva) en una reconversión turística y cultural que se inició hace más de diez años, cuando la actividad industrial empezaba a declinar. La ciudad ensalzada por Rousseau y Nietzsche redescubre hoy su potencial de seducción: ¿cómo resistirle?
No esperes una ciudad gris e industrial, capital del automóvil, del fútbol, de la banca y de los seguros. Descubrirás al contrario la más parisina de las ciudades italianas, esplendente bajo su cielo azul. Anchas avenidas rectilíneas despliegan sus soportales y sus perspectivas hasta los Alpes, mientras los edificios modernistas parecen montar guardia en amplios cruces. Turín no transmite esa impresión de sedimentación histórica que existe en ciudades como Roma o Nápoles y que en ocasiones se remonta hasta la Antigüedad.
En Turín, las plazas recuerdan más bien escenarios de teatro de los que parten las líneas de fuga que conforman el juego de perspectivas. El pintor Giorgio De Chirico es quien mejor ha sabido plasmar esta esencia teatral propia a la ciudad: sus pinturas representan a menudo plazas solitarias bordeadas de soportales y habitadas por una sombra tupida e inquietante
La preparación de los Juegos olímpicos de invierno 2006 sirvieron de pretexto a la ciudad para someterse a una profunda remodelación. La mayoría de las obras (que se cuentan por cientos) se inscriben en el plan de modernización iniciado hace ya tiempo con el objetivo de borrar la imagen demasiado industrial de Turín.
El Palavela, situado al sureste de la ciudad, es un gran edificio de hormigón en forma de vela realizado para la exposición Italia 61, que celebró el centenario de la unificación italiana. Para los Juegos olímpicos de invierno, los arquitectos Gae Aulenti (museo de Orsay) y Arnaldo de Bernardi han deslizado por debajo una nueva estructura donde se desarrollarán las pruebas de patinaje artístico y de velocidad en pista corta.
El viejo estadio municipal, construido bajo el fascismo y dominado por la célebre torre Maratona, ha sufrido una restauración radical que le ha dotado de una favorecedora cubierta de acero.
Por cambiar, ha cambiado hasta de nombre: el nuevo Estadio Olímpico acogerá las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos, con la participación destacada del Cirque du Soleil.
Al lado del estadio olímpico, el japonés Arata Isozaki ha creado de la nada un impresionante cuadrilátero de cristal y acero, el Palasport Olimpico, donde se jugarán los partidos de hockey sobre hielo. El Torino Esposizioni, un edificio «histórico» obra de Pier Luigi Nervi y restaurado para la ocasión, será otro de los lugares que acoja las pruebas de hockey.
El Oval, una gran nave metálica situada entre el Lingotto y la ciudad olímpica, ha sido ampliado con la construcción de una nueva ala con muros de cristal. Los patinadores de velocidad se enfrentarán en una pista oval de 400 m.
La ciudad olímpica ha absorbido el bonito mercado de estilo Eiffel. Esta estructura fue construida en 1934 y ha servido durante décadas como mercado central (mercati generali) para Turín y su región. Tras los juegos, los alojamientos fueron transformados en viviendas sociales.
Turín es gracias a Fra Guarino Guarini y al siciliano Filippo Juvarra una de las capitales italianas del Barroco, estilo teatral donde los haya. Dicho esto, hay que reconocer sin embargo que se trata de un barroco austero y comedido, refinado y discreto, propio de una ciudad que huye de la ostentación. El «saloncito» de Turín, nombre con el que se conoce a la piazza San Carlo, es buen ejemplo de ello.
Trazada en el s. XVII por Carlo di Castellamonte, este auténtico escenario bordeado de soportales tiene como telón de fondo dos iglesias: la de Santa Cristina (a la izquierda) y la de San Carlo (a la derecha), conocidas como le chiese gemelle (las iglesias gemelas). La fachada de la primera es obra de Juvarra, mientras que la segunda es el templo elegido por la inmensa mayoría de parejas turinesas para darse el sí. De la mañana a la noche, los turineses acuden hasta la plaza para tomar un caffé o el aperitivo en el San Carlo o en el Torino, su rival, antes de irse de tiendas por vía Roma.
La piazza Castello, muchísimo más extensa, impone al primer vistazo. Esta plaza fue durante siglos el corazón político y religioso de la ciudad y hoy todavía es el punto de partida de las principales arterias de Turín. Como en la plaza San Carlo, en la piazza Castello volvemos a encontrar cafés históricos.
Su nombre viene del castello o palazzo Madama, una fortaleza del s. XV en ladrillo rojo con una fachada (la occidental) diseñada por Juvarra. El gusto por la escenografía también se hace patente al otro lado de la plaza, en el Teatro Regio, cuya reja fue ideada por un tal Umberto Mastroianni, escultor y tío del actor fetiche de Fellini. Durante la ceremonia de apertura, la plaza acogerá la ópera Manon Lescaut puesta en escena por el actor Jean Reno e interpretada por el tenor Roberto Alagna.
La austeridad de la fachada del Palazzo Reale, que cierra la plaza, no debe disuadirle de visitar los aposentos reales (donde residieron hasta 1865 los reyes de la casa de Saboya), suntuosamente decorados y amueblados.
Pese a ello, es la Armería Real, una de las más interesantes de Europa, la que atrae al gran público desde que fuera restaurada: las armas, armaduras, escudos y corazas que pertenecieron a Ascanio Maria Visconti o Emanuele Filiberto rivalizan en delicadeza con el arte de la orfebrería. Se diría que para ganar una batalla lo primero era imponer estéticamente.
Nada distingue la puerta de entrada de la iglesia de San Lorenzo de un simple porche de entrada de cualquier otro edificio de la piazza Castello. Sólo su cúpula, que aflora por entre los tejados, indica la presencia de un edificio de culto. Pese a ello, el templo realizado por Fra Guarino Guarini es la quintaesencia del ilusionismo barroco. En el interior, se diría que el edificio reposa sobre columnas corintias, cuando son unos grandes arcos ocultos los que lo sostienen en realidad. Si la mira fijamente verá como los oculi se van transformando en ojos y boca hasta formar una «máscara».
También barroca, la iglesia della Consolata confunde al visitante con su planta hexagonal y sus capillas ovaladas, su despliegue de mármoles y dorados y su altar mayor, obra de Juvarra Frente a ella nos encontramos con Al Bicerin, café que sirve uno de los mejores bicerin de la ciudad, lo cual probablemente tiene bastante que ver con su éxito…
También barroca es la capilla del Santo Sudario, situada al fondo del Duomo, el único templo renacentista de Turín. Bajo una inmensa cúpula, Guarini supo dar pruebas de un sentido inaudito de la puesta en escena a fin de crear el marco adecuado para la reliquia más fascinante de la cristiandad: el Santo Sudario, un lienzo de lino sobre el que, según reconoce el Vaticano, se imprimió la cara y el cuerpo de Cristo muerto. La reliquia se guarda en un cofre de plata cerrado con siete vueltas de llave y si desea verlo tendrá que esperar hasta la próxima exhibición pública, en 2015. Crea o no en la veracidad de la reliquia, la fascinación que emana de la tela es indiscutible.
18 Km. de soportales al abrigo de las intemperies y tiendas de ropa, accesorios y alimentación selecta sumados a unos precios sorprendentemente moderados convierten a Turín en un auténtico paraíso del shopping.
Si es usted adicto a esta actividad, podrá entregarse a su pasión en las calles Roma (tiendas de lujo como Vuitton o Hermès), Garibaldi (una de las arterias peatonales más largas de Europa), Lagrange (muy frecuentada por los gourmets) o Carlo Alberto. Los amantes de las antigüedades se pasearán por las calles Cavour, Maria Vittoria y Barbaroux (paraíso de los pequeños anticuarios).
Cada sábado (y cada segundo domingo de mes) se celebra el famoso Balón de Porta Palazzo, un mercadillo conocido por sus buenos precios. Los libreros de viejo están repartidos por toda la ciudad, aunque se concentran sobre todo en vía Po.
La ciudad se enorgullece además de acoger cada día 49 mercadillos al aire libre (ropa y alimentación), todo un récord en Europa.
Una ciudad donde se pasa con toda naturalidad de las arcadas mussolinianas de vía Roma al barroco refinado de la plaza San Carlo, como de un decorado a otro, es sin más remedio una ciudad cinematográfica.
De hecho, la historia de Turín está íntimamente ligada a la del séptimo arte: aquí se rodó en 1904 la primera película de la historia del cine italiano, un documental.
En la década de 1910, la capital del Piamonte se convirtió también en la del cine y dio a luz en 1914 la primera superproducción mundial, Cabiria, de Giovanni Pastrone. En época más reciente, Mario Monicelli, Michelangelo Antonioni, Luigi Comencini y Ettore Scola se sirvieron de sus estructuras de producción, sólidamente establecidas.
No obstante, ha sido Dario Argento, maestro del cine de terror, quien ha sucumbido literalmente a la fascinación inquietante de la ciudad: en ella ha rodado no menos de cuatro largometrajes, entre ellos Profondo Rosso
Para hacer justicia a esta historia paralela, Turín se ha dotado de un museo nacional del Cine que justifica por sí solo el viaje. Sus locales están acondicionados en la Mole Antonelliana, un edificio encargado en 1862 al arquitecto Alessandro Antonelli por la comunidad judía de Turín, que deseaba disponer de una sinagoga para celebrar la emancipación concedida en 1848 por Carlos Alberto. Sin embargo, cuando el edificio empezó a caer en la desmesura (alcanzando 167 m de alto), la comunidad judía abandonó el proyecto y fue el ayuntamiento quien tuvo que hacerse cargo de él. Hoy, un ascensor panorámico permite subir hasta la cúspide en 59 segundos y abarcar con la mirada una magnífica panorámica de la ciudad y las montañas.
Salas sumidas en el claroscuro, cortinajes rojos, fragmentos de películas, cámaras ocultas, 200.000 cárteles y hasta un corpiño de Marilyn Monroe: la extensa colección se va descubriendo gracias a una puesta en escena muy actual. La «sala del Templo», en la segunda planta, es el corazón del museo. Bajo la mirada del Moloch, el monstruo de Cabiria, se puede ver un cortometraje instalado en una tumbona o explorar las pequeñas capillas, cada una dedicada a un tema: absurdo, terror, humor.
Como todo el mundo sabe, Turín es la cuna de la Fiat. Un grupo de hombres de negocios, entre ellos Giovanni Agnelli, fundaba en 1899 una empresa que habría de convertirse en una de las casas señeras de la historia del automóvil. Del Fiat 500 al Punto, la marca ha fabricado más de 85 millones de vehículos.
Parte de ellos se construyó en el famoso Lingotto, un mastodonte arquitectónico de 153.000 m2 que figura entre las obras maestras de la arquitectura industrial del s. XX. Realizado por Giacomo Mattè Trucco entre 1916 y 1922, el edificio respeta al pie de la letra la doctrina de Ford. Cada coche era ensamblado planta por planta: llegado a la última, por fin estaba listo para dar una vuelta por la pista circular de la azotea. La producción se paró en 1982 con la salida del último modelo, el Fiat Delta.
Renzo Piano, encargado de la reconversión del lugar, acondicionó en el edificio una galería comercial con 130 tiendas (8 Gallery), un multicines y dos hoteles.
En la parte más alta, el arquitecto construyó una pinacoteca para dar cabida a la colección de Giovanni y Marella Agnelli, en la que sobresale una serie de siete Matisse única en Italia.
Frente a ella, la bolla, una burbuja de cristal futurista capaz de girar sobre sí misma. Por último, el auditórium Giovanni Agnelli, con un aforo de 2000 butacas, se ha labrado una excelente reputación gracias a su excepcional acústica.
Aún hoy, y a pesar de que el grupo Fiat haya perdido buena parte de su pujanza, Turín sigue siendo una plaza fuerte del diseño automovilístico gracias a Battista y Sergio Farina, Giovanni Bertone y Giorgietto Giugiaro. De sus lápices han salido el 2 Caballos, el DS, el Alfa Romeo Giuletta, el Ferrari Testarossa, el Aston Martin DB4 GT, los Fiat Panda, Uno y Punto, los Volkswagen Golf y Passat…
Para completar esta panorámica resulta imprescindible visitar el museo del automóvil, cuyos fondos se exponen en un edificio de estética sesentera, todo de hormigón, cristal tintado y moqueta marrón.
Fundado por Carlo Biscaretti di Ruffia, periodista apasionado por el mundo del automóvil y primer turinés en obtener el carnet de conducir, el museo presenta 80 marcas con un gusto marcado por los fabricantes italianos y una sala consagrada a la historia del neumático.
El Museo egipcio es el tercero en importancia mundial tras los de Londres y El Cairo. Sobresale la tumba intacta del arquitecto Kha y su mujer.
La Galleria Sabauda alberga las colecciones artísticas de la Casa de Saboya. Amplio panorama de arte italiano (y en particular de las escuelas piamontesas) y flamenco de los ss. XIV a XVIII.
El Palazzo Carignano, edificio barroco concebido por Guarini, alberga el museo del Risorgimento, consagrado a la historia de Italia desde finales del s. XVIII hasta la II Guerra Mundial. En su interior se visita la sala del parlamento subalpino, donde se sentaban Cavour y Garibaldi.
El Palazzo Falletti di Barolo le invita a descubrir de cerca la forma de vida de una gran familia aristocrática que dejó huella en la historia de Turín. Frescos (en particular de Benedetto Alfieri) y mobiliario original.
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