Preparando nuestro viaje a Milán, en las típicas listas de «cosas que hacer si vas a …» encontramos este maravilloso lugar. La verdad que con solo ver dos o tres fotos ya estábamos deseando ir. Aquí por donde vivimos no hay sitios así, y pensando ahora creo que nunca había visto un lago.
Así que como siempre me gusta hacer antes de ir a un sitio, nos hicimos un planing en el que uno de los tres días que íbamos a estar allí estaba dedicado exclusivamente a la visita del lago de Como. Nos informamos bien de cómo llegar, cuánto se tardaba, el precio y tal…
Estando ya en Milán, el día antes de ir al lago de Como, fuimos a la estación Cadorna, que es desde donde sale el tren. Decir que también se puede alquilar un coche, esta es la mejor opción si se quiere visitar los distintos pueblos que rodean el lago, pero nosotras planeamos ver lo que era el lago, el pueblecitos donde está y otro pueblo al que se puede ir en transporte público, Brunate. Bien, sacamos ya los billetes i/v, que no sé como serán los cercanías de otras ciudades, pero aquí en Málaga te sirven desde que los sacas hasta una hora determinada, pero allí no, allí nos dijeron que podíamos usarlos al día siguiente sin ningún problema. El precio de los billetes fue de unos 8 € cada una.
Pues llegó el domingo, el día anterior aparte de los billetes, también compramos pan de molde y tal porque pensamos que lo más adecuado, debido a nuestra economía, era llevarnos bocadillos, así que con la mochila bien llena, nos pusimos rumbo a la estación, nosotras, los bocadillos y las bebidas, que eso sí las podríamos haber comprado allí, porque pesan un poco 🙂
Una vez en la estación hay varias pantallas que muestran cuándo salen los trenes y desde qué vía, así que fue fácil encontrarlo. El tren para ir era bastante cómodo y la verdad no iba muy lleno, pero para volver si fue algo más incómodo, parece que a los milaneses les gusta ese trenecito, porque estaba llenísimo, sobre todo de madres con niños que no dejaban de gritar… para que digan de los españoles.
Bueno, sin irme mucho del tema, el trayecto dura una hora o un poco menos, la verdad que no hace falta estar muy atento para bajarse ya que es la última parada. Hay dos paradas en Como, la primera te deja en el centro del pueblo y la otra al ladito del lago de Como. De todas formas si se pregunta, con un prego por delante y un molte grazie al finalizar, siempre habrá un simpático italiano que nos explique dónde bajarnos, ellos siempre tan afables.
Una vez que nos bajamos del tren, abandonamos la estación, que por cierto es preciosa, parece una estacioncilla típica de un pueblecillo, sólo falta Marco con el mono buscando a su madre, muy bonito, me encantan esas cosillas 🙂 Bien, salimos de la estación y claro, estábamos impacientes por ver el lago, y como se podía ir tanto a la derecha como hacia la izquierda, y siempre solemos coger la dirección menos adecuada, sin buscar cartelitos ni nada, decidimos preguntar a unos amables abuelillos que estaban en un banco tomando el sol. Nos indicaron que teníamos que tirar hacia la izquierda y que apenas con dar dos pasos ya veríamos el lago. Claro, otra solución hubiese sido seguir a la gente que iba para el lago, pero nosotras somos así.
Vale, ya estamos en el lago. Una vez que conseguimos cerrar la boca, estábamos impresionadas, nunca habíamos visto algo así. Fuimos a mirar los precios para montar en un barquito, pues hay barquitos que te dan paseos por el lago, pero bueno la verdad que se nos iba un poco y como queríamos subir al otro pueblo, pues nada, allí se quedaron los barquitos.
Por cierto, nada más salir de la calle de la estación, si se gira a la izquierda y se anda como bordeando el lago, hay un hotel divino y maravilloso, pero que recuerda más bien a una peli de susto, parece la típica casa donde pasa de todo. Si alguien ha estado, me gustaría saber que es seguro, porque tiene pinta de tener fantasmas y todo =)
Después de inspeccionar la zona del lago, hacer fotos a los patos, ocas, cisnes… y hacernos fotos nosotras con el lago de fondo, nos dirigimos al pueblecillo, Brunate.
Brunate es un pueblo al que se accede a través de un funicular, cuya parada está perfectamente indicada a través de cartelitos, esta vez no preguntamos tanto 😛 El precio del billete no lo recuerdo bien, pero rondaría los 5 euros i/v. Los vagoncitos salen cada 10 ó 15, así que no se tiene que esperar mucho, y en subir no tarda casi nada. Si se es valiente y no tenemos vértigo, lo mejor es contemplar las vista e ir viendo como el lago se aleja de nosotros.
Una vez arriba es todo precioso. Es el pueblecito italiano en el que, al menos yo, quisiera vivir. Flores por todas partes, restaurantes muy monos (y algo carillos quizás), con camareros en la puerta que te invitan a entrar y degustar sus pizzas… Nosotras como llevábamos nuestra comida ya, tuvimos que escapar un poco de todo ese encanto y seguimos subiendo. Nos encontramos con una placita donde, no sé si estará siempre, pero en ese momento había varios puestecillos donde se vendían cosas artesanales, todo precioso, tanto para comer (mermelada, aceite, vino), sales de baño… lo que más llamó la atención fue que trabajaban mucho la madera. En esta misma plaza hay un barecillo con una tienda de recuerdos al lado, donde algunas cosas pueden salir más baratas que en Milán, nosotras nos trajimos unas muñequitas pequeñas que según la leyendo protegen el lago.
Después de esa parada, vimos un cartelito que señalaba una iglesia e indicaba el camino hacia el faro. La iglesia estaba nada más subir unas escaleritas, era pequeña y muy bonita. Pero no satisfecha con eso, yo quería subir al faro, y subimos, eso sí, creo que es una de las cosas que haré una vez en la vida, porque subir al faro es toda una aventura y casi un acto de valentía. Aparte de la calor que hacía, nosotras, ignorantes, cogimos el camino más largo, que consiste en seguir la carretera que hay para los coches, eso sí, por el camino hay unas casas preciosas. Casi ya llegando al faro, hay una plaza y un poco más arriba una especie de parque… bueno es césped con una terracita, donde hay un montón de bancos en los que te puedes sentar libremente y servicios. Ahí paramos a comer antes de terminar de subir y como buenas españolas, echamos un sueñecillo.
Aún cansadas, ya que habíamos llegado hasta allí, pues subimos al faro. El camino final hasta el faro se presenta como una larga escalinata con escalones bajos y demasiado anchos para mi gusto. Una vez en el faro cuesta un euro subir arriba, pero como tampoco se veía muy alto, pues nos quedamos alrededor suya disfrutando de las vistas y haciéndonos fotillos. La verdad que es muy bonito y se pueden sacar unas fotos preciosas, porque además de verse el lago y los pueblecillos que lo rodean, por una parte se ven los Alpes, que estando nevados, hacen un contraste maravilloso con el lago.
Ya con los pulmones cargados de nuevo de aire, emprendimos la vuelta. Esta vez cogimos el camino más corto, pero cuidado, porque hay partes del camino que no están muy allá. Es un camino de piedra, un carrilillo antiguo, y a veces algo empinado, en el cual hay que prestar atención, porque muchas veces las piedras se sueltan o resbalan. Otra aventurilla. El camino a veces se corta, y se tiene que cruzar la carretera, pero aunque parezca que te vas a meter en una casa no es así, es que el camino pasa justo por delante de las puertas.
Decir que para subir al faro también hay un autobús, pero nosotras ni preguntamos, así que ni idea de precios ni horarios. Pero que no, que andar viene muy bien, hay que hacer deporte hasta estando de viaje.
Una vez en «el centro» de Brunate cogimos el furnicular hacia abajo, echamos el último vistazo al lago, y antes de coger el tren fuimos a tomar un helado, cómo no, estando en Italia es casi obligatorio. Además era una heladería artesanal, con un montón de sabores y muy bien de precio, estaba en frente de la estación, la única pega es que no tenía sillas para sentarse, pero nos comimos el gelatto esperando el tren.
Espero que si vais a Milán tengáis en cuenta este lugar.
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