No puedo dejar de hablaros de otro de los pueblos que visité durante mi reciente viaje a la Costa Azul francesa. Y es que Saint Tropez es un pequeño pueblo que es famosísimo por la gran concentración de lujo y dinero que allí se dan.
Nada más llegar al pueblo sorprende comprobar que es pequeño y que poco ha cambiado su fisonomía de típico pueblo de pescadores, a pesar del gran desarrollo turístico que experimentó hace ya unos años, como otras localidades de la Costa Azul.
El hecho de ser la única localidad de la costa que está orientada al norte supuso cierto rechazo para los turistas que buscaban lugares cálidos para pasar las temporadas estivales. Sin embargo, poco a poco, gente ilustre como los pintores Paul Signac, Matisse o Bonnard descubrieron el encanto de Saint Tropez ya a finales del siglo XVIV.
En 1920, la escritora parisiense Colette se marchó a vivir a Saint Tropez y, a partir de ese momento, la localidad se fue convirtiendo en un lugar muy popular entre aquellos que gustaban de estar rodeados de famosos, tales como el príncipe de Gales.
Durante la II Guerra Mundial, las playas cercanas a Saint Tropez fueron escenario de los desembarcos de los aliados y resulto bombardeada. Pero en la década de los cincuenta volvió a resurgir y, de nuevo, turistas franceses, especialmente de París, volvieron a elegirla como lugar de veraneo.
Sin lugar a dudas, el hecho de que en 1956 Roger Vadim rodara en Saint Tropez la película protagonizada por Brigitte Bardot contribuyó a crear una imagen superficial de este pueblo. Los escándalos amorosos protagonizados por Brigitte Bardot, Vadim y el cantante Sacha Distel (entre otros) eran conocidos a gran nivel, lo que atrajo aún más a curiosos y amigos del famoseo.
Tras el rodaje de la película, Brigitte Bardot se quedó a vivir en Saint Tropez, lo que catapultaría a una fama permanente a este pueblo que sería ya para siempre un lugar ideal para todos aquellos amamantes de la buena vida, el lujo y la diversión.
Toda la vida de la actriz estaría vinculada estrechamente a Saint Tropez quien, al final tuvo que abandonar la casa que poseía allí debido al acoso de los periodistas y fotógrafos. En 1974, al cumplir 40 años, decidió abandonar el cine para dedicarse en cuerpo y alma a los animales; la fiesta de despedida la hizo en el célebre Club 55, que se encuentra en la también celebérrima playa de Pampelonne.
Cuando tenemos la primera visitón del viejo puerto de Saint Tropez, resulta contradictorio ver que se trata del típico puerto pesquero de un pueblo pequeño, por sus dimensiones y por las construcciones que lo rodean y, sin embargo, no encontramos barquitas sino lujosos yates, a cual más imponente.
Desde el desvío de la autopista hasta llegar a Saint Tropez tardamos lo indecible. Y es que en esa fecha se estaba celebrando una concentración de motos Harley-Davidson que tenían completamente monopolizadas las vías. Al llegar a Saint Tropez, más de lo mismo: había cientos de motos de esta marca y los dueños con esa estética tan característica de quienes poseen estas valiosas motos.
Lo primero que hicimos al llegar, fue dar una vuelta por el puerto y por las calles adyacentes, en las que se palpa el lujo por los cuatro costados. Resulta sorprendente ver que en locales bajos de casas tradicionales haya tiendas de todas las marcas de lujo imaginables, tales como Hermès, Chanel, Sebago, Tod´s, Hogan, Gant… incluso llegué a ver dos tiendas de mi marca de bañadores favorita: Vilebrequin, lo que es de extrañar puesto que esta marca es originaria de Saint Tropez.
Tras el callejeo por las calles, subimos a la ciudadela del siglo XVI que se encuentra en lo alto de una montaña junto al pueblo; a pesar de que estaba cerrada por unas obras que estaban acometiendo, entramos dentro aprovechando que nadie vigilaba el lugar. Fue todo un acierto ir allí porque las vistas que se tienen de la costa y el pueblo son magníficas, tanto que incluso yo, que no suelo fotografiar paisajes no pude evitar tomar fotos de los que veía, las cuales, por cierto, acompaño a la opinión.
Tras la visita turística, la comida y después a la playa, que ya lo iba pidiendo el cuerpo…
Las playas más cercanas al pueblo son pequeñas y se corre el riesgo de que estén abarrotadas. Nosotros optamos por ir a la que, quizás es la más famosa: Pampelonne. Esta playa está situada a unos kilómetros, a las afueras. Antes de acceder con el coche hay que pagar en un puesto, donde te cobran 2.80 euros por persona; a cambio puedes dejar el coche en una especie de aparcamiento con techumbres que permiten preservar el vehículo de los rayos del sol, para no encontrarte a la vuelta un horno, en vez de un coche.
Pampelonne es una playa larguísima y en una parte se encuentra la llamada «curva dorada de Pampelonne», con muchos restaurantes y locales de moda. No obstante, podemos encontrar a lo largo de toda la playa sitios para comer o tomar algo accesibles a todos los bolsillos.
Tras la jornada de domingo en Saint Tropez, regreso directo al aeropuerto y un monumental atasco en la carretera que va desde la localidad hasta la autopista; casi llegamos tarde a nuestro vuelo; eso sí, no se trató de un atasco cualquiera, sino de uno de Ferrari, Rolls, Mercedes, Jaguar, numerosos descapotables y, como no, más Harley-Davidson.
Y así fue mi experiencia en Saint Tropez, y así os la he contado.
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