Hay sitios con un interés turístico innegable que muchas veces y de forma totalmente inexplicable sólo son conocidos por los naturales del mismo país.
En el caso que nos ocupa, el pueblecito francés de Rocamadour, la razón quizá estribe en su localización geográfica, bastante apartada de núcleos de población importantes y en una región básicamente agrícola. Claro, que si los franceses lo conocen ¿por qué no los demás?
Rocamadour es una pequeña población de apenas 800 habitantes en la región del Quercy. Para los que no logren ubicarse (la mayoría, supongo) decir que está justo al este del Périgord y al norte del Rosellón, en las estribaciones del macizo central.
Se trata de una región bastante seca y con una orografía poco marcada (altura media, 300 metros) de terrenos calcáreos de formación jurásica. En consecuencia, a pesar del escaso relieve, abundan las quebradas, las cuevas naturales y los manantiales. Esto es fácil de percibir en Rocamadour, ya que se encuentra en un lugar absolutamente privilegiado, casi impensable.
Uno va andando por un terreno prácticamente llano y, de golpe y porrazo, se abre a tus pies un abismo de casi doscientos metros de profundidad. Y es que Rocamadour se encuentra encaramada en la ladera de un cañón excavado durante millones de años por un río, l’Alzou.
Por las dimensiones y las proporciones, está claro que es esto no es el Gran Cañón del Colorado. Claro que en Gran Cañón tampoco hay una ciudadela medieval que fuera durante siglos uno de los principales centros de peregrinación de la Cristiandad…
Aún sabiendo lo que me iba a encontrar, no pude evitar un sobresalto cuando me topé de frente con esta maravilla legada por la historia. El hecho es que viniendo por el cercano pueblo de l’Hospitalet (a los catalanes nos sonará muchísimo ¿no?; la realidad es que se llama así porque en la Edad Media albergaba un hospital destinado a los peregrinos que acudían a Rocamadour) uno se da de bruces con una hondonada impresionante en la que, en la ladera opuesta, se encuentra encaramada una especie de Carcasona en miniatura.
Su historia viene de lejos. La leyenda habla de un Santo llamado Amadour (Amador en provenzal), cuyo cuerpo incorrupto fue encontrado en 1166 y que desde entonces se venera como una reliquia. La identidad de este supuesto santo no ha sido confirmada. En cualquier caso, se traba de un eremita que ‘amaba las rocas’ y cuya afición por estos parajes abruptos ha dado nombre a la población que hoy todavía acoge sus restos.
En muy poco tiempo, Rocamadour se volvería célebre por los milagros que allí acontecían, el más célebre de los cuales fue la curación inexplicable de Enrique Platagênet, rey de Inglaterra. Desde este instante, afluyeron los peregrinos y el prestigio de este santo milagrero fue tal que los mismos Reyes Católicos enarbolaron su estandarte en las Navas de Tolosa para poner en fuga a los infieles. Esta fama explica la desproporción entre la magnificencia de los monumentos que aquí se encuentran y lo exíguo de la población.
Por desgracia, Rocamadour no pudo escapar a los azares de la guerra de los Cien Años ni de las guerras de religión y fue incendiada y saqueada varias veces. En el siglo XIX, siguiendo los pasos de la nueva religiosidad burguesa y su afición por levantar templos expiatorios (¿tantos pecados tenían que expiar?), Rocamadour es restaurada y se renueva la tradición de las peregrinaciones, aunque no con el fervor de siglos anteriores, en los que podían darse cita en la población en un mismo día hasta 30.000 personas.
De este pasado esplendor hay numerosos recuerdos en el casco urbano. El pueblo, básicamente, es una única calle flanqueada de antiguas edificaciones y restos de fortificaciones del siglo XIII. A pesar de su reducido tamaño, hay varios hoteles en los que hospedarse.
Dominado el reducido núcleo urbano se encuentra la ciudadela religiosa, que reúne varios templos y un fuerte que ejercía funciones de palacio episcopal. De todas las iglesias, la más interesante es la capilla de Nuestra Señora, construida en el siglo XIII, aplastada por una roca en 1476 y reconstruida en el siglo XIX. Rodeada de los inevitables exvotos y muestras de devoción, se encuentra la Virgen Negra, una talla del siglo XII de pequeño tamaño (69 cm), centro de las peregrinaciones que aún siguen realizándose.
Lo más impactante y lo que realmente justifica el desplazamiento, sin embargo, es el propio emplazamiento de la población, colgada de un peñasco.
Así que para los que ya estén cansados de visitar, por enésima ocasión, el Mont StMichel o los castillos del Loira, Rocamadour es un destino alternativo en el país vecino. Seguro que no conoceréis a muchos que lo hayan visitado…
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