Porquerolles es una pequeña isla del archipiélado de Hyéres, situada frente a la ciudad de Toulon , la más occidental de italia, a medio camino entre Marsella y Saint Tropez, en plena Costa Azul. Todo un lujazo.
Hoy es un parque nacional protegido en su mayor parte, pero durante mucho tiempo (siglos) fue de propiedad privada, perteneciendo primero a unos monjes y luego a una familia.
Es una isla muy extendida y plana, con mucha vegetación y buenas y amplias playas, como la de Notra Dame, una auténtica preciosidad.
Para llegar a ella basta con coger uno de los numerosos barcos que cruzan cada media hora. Una vez de vuelta en la ciudad de Toulon, podemos tomar un avión en el aeropuerto (a menos de cuatro kilómetros) o bien seguir trayecto por carretera, pues las comunicaciones, dada la gran afluencia turística de la zona, son muy buenas. Nosotros continuamos por carretera porque queríamos seguir visitando ciudades costeras.
Puedes pasar el día en la isla y volver a Toulon por la tarde (los últimos barcos salen hacia la ciudad sobre las 20.00 horas). Existe la posibilidad de alquilar un barco-taxi (no es barato) con lo que podríamos quedarnos hasta bien entrada la noche. Pero también podemos pernoctar en uno de sus hoteles, eso sí a un precio bastante elevado.
Por su pequeño tamaño es una isla ideal para pasear o para montar en bici (en la isla se puede alquilar una por menos de 12 euros día), y visitar el antiguo molino de Bonheur, lo que queda del fuerte de Santa Ágata o la iglesia de Santa Ana, pura historia al más típico estilo isleño.
La gente va a hacer picnic en las playas, pero ojo!!, acampar está estrictamente prohibido.
Como sólo íbamos a pasar una noche, nos rascamos el bolsillo y nos dimos el gustazo de quedarnos en un hotel, el “Le mas du Langoustier”. Es un edificio grande separado en varias construcciones de dos plantas, con amplísimas habitaciones. La nuestra era una mini-suite (queríamos una más sencillita pero estaban todas ocupadas…) con un gran balcón.
En el balcón, cubierto tipo porche con techo en forma de arco, había dos tumbonas en las que nos quedamos hasta las tantas, dada la agradable temperatura. Las vistas al mar desde la habitación eran impresionantes, pues el hotel está situado a pie de mar, sobre una cala. Este hotel está asentado sobre una propiedad de buen tamaño, con un jardín cuidadísimo, lleno de flores. Puro lujo y glamour.
Para comer nos acercamos al restaurante Glycines. Aquí lo típico era el pescado fresco de la zona. Comida preparada de la forma tradicional, sin demasiado condimento, para disfrutar del sabor del pescado. El precio, creo recordar era cerca de 40 € persona.
Esta isla es ideal para una mini escapada. Como mucho un fin de semana, pues, aunque el ambiente es muy tranquilo y acogedor, y te apetecería quedarte una buena temporada, el precio de la estancia es elevado. Un lujo para disfrutar por lo menos una vez en la vida.
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