Desde antes de yo nacer mi familia ha estado unida a Zahara. Fue en la playa de Zahara donde recibí mi primer beso, fue allí donde me enamoré por primera vez de un sevillano con la piel de aceituna, cuyo nombre aún me pone la piel de gallina. Fue el aroma del mar con el viento de poniente el que me llenó cada vez que le abrazaba sobre la arena.
Zahara huele a mar, cada uno de sus rincones. Huele a viento toda su playa de arena dorada, 14 kilómetros de costa que el atlántico acaricia en cada una de sus olas. Huele a pesca, cada tarde, cuando llegan los botes de la mar, cuando los pescadores de costa avanzan por la arena con su red al hombro buscando bancos de buceles. Huele a niños buscando coquillas en la arena de la marea baja. Huele a caña de azúcar y a hierbas que crecen sobre la arena.
Huele a historia su castillo, huele a almadraba, huele a pozos de agua limpia.
Zahara son sus gentes, por las cuales no pasa el tiempo a pesar de que el turismo crece a su alrededor, es su viento de levante y de poniente, es su mar, hermoso y traicionero, es el barco de vapor que hay allí hundido, lleno de mejillones y haciendo las delicias de cualquier buceador. Es la playa de los alemanes, es el camping, es el pueblo donde cuando yo era pequeña aún podías entrar a las cuadras de cerdos.
Zahara son los caballos que cruzan la playa cuando aún no hay bañistas. Son las rocas, la arena, el pinar. Son las noches frescas y ardientes de mi adolescencia junto a un bote varado. Son las horas de juego de mi infancia con mis primos, la iglesia, el puente por el que accedes al pueblo…
Desde cualquier punto de zahara puedes llegar a la playa andando en menos de tres minutos: es un pueblo que abraza al mar, que lo acaricia, con sus casas blancas encaladas y sus caras curtidas por el sol. Con esas manos llenas de callos que venden higos chumbos a los turistas sin pincharse ni una sola vez.
En Zahara vas a desayunar churros de patata, vas a comer paella de marisco y vas a cenar sopa.
En el mercado encontrarás la mejor pesca de tu vida, en la tienda de chucherías a las 9 de la noche a todos los niños del pueblo, en la plaza a todos los adolescentes y en el restaurante a los mayores.
Es un pueblo de puertas para afuera, dónde a nadie le vale la pena quedarse en casa, donde no hay tele que valga, donde desayunas y te vas a coger olas, o a hacer castillos de arena, o a bucear, o a correr, o a pasear…
Es un pueblo donde todos te conocen por tu nombre, aunque tú no tengas la menor idea de quienes son. Donde aún puedes comprar productos de Marruecos…
Es un pueblo donde el único mal mayor es el levante, que cansa a las personas y sus ánimos y levanta la arena de la playa para irritarte las piernas, y enfría el agua para que no te puedas consolar allí.
Zahara me huele a mar, a amor, a arena, a familia, a rio, a amigos, a animales de granja y de pesca, a cangrejos y buceles, a pescaito frito con limón y ensalada, a chanquetes y calditos, a pino y a palmera…
Si tenéis la oportunidad de visitar Zahara, buscad su esencia más allá de los comercios que han crecido en los últimos años: visitad el cine de verano, el castillo, la discoteca los tarugos, la churrería (indispensable). Pasead por la playa con la puesta de sol y veréis la imagen más hermosa que pueda haber en vuestra vida: la figura de un delgado pescador de red recortada contra una puesta de sol roja fuego que hasta duele en el alma de mirarla.
Los alrededores de Zahara de los Atunes
Cerca de allí, se encuentra el pueblo de Barbate. Al que le guste el pescado y en particular el atún, seguramente aprecie el abanico de productos en conserva que ofrecen sus distintos puntos de venta. El pueblo en sí es un amasijo de edificaciones modernas y de poca calidad, descuidadas y revelan una pobreza difícil de ocultar. Me imagino que en verano, con el buen tiempo, la gente lo vea de otra forma e incluso disfrute de sus playas.
A unos kms. se encuentra el pueblo de Vejer de la Frontera. Es como una perla blanca engastada en la cima de una colina. La parte nueva no tiene ningún atractivo, pero el casco antiguo es muy bonito. Sus calles son estrechas y suelen tener mucha pendiente. Los patios y entradas de las casas son típicamente andaluces, cuidados, con mucha vegetación. Las plantas crecen muchas de ellas en maceteros improvisados, pero aparentemente se encuentran a gusto en esos recipientes, porque crecen con una llamativa exhuberancia. Existen multitud de culturas reflejadas en los distintos monumentos y edificios del lugar, mezcla de recuerdos de los pueblos que lo fueron conquistando. Lo que más me llamó la atención fue el traje típico de las mujeres, el cual no había visto en ningún otro sitio de España (tal vez exista, pero lo desconozco). Consta de una túnica larga negra y de la ‘cobijá’ (cobijada), la cual es un tipo de capucha, a duras penas más abierto que una burka, provista de una rendija para los ojos. Creo que en ciertos pueblos de Marruecos existe algo similar, y por lo visto en Vejer se dejaron de usar en el siglo XX, es decir, hace nada…
En esa zona también se encuentra Conil, con muy poco que ver en invierno, playas inmensas, un casco antiguo reducido, y una costumbre de sus habitantes más jóvenes muy especial: circular en coche con todas las ventanillas abiertas, a toda pastilla y con la música a tope por todas las calles y por el paseo marítimo.
Más allá está Medina-Sidonia, con esa variedad cultural que caracteriza esa parte fronteriza con África. Pueblo típicamente andaluz, con vistas desde la parte más alta, detrás de la monumental iglesia de toda la provincia de Cádiz, la cual se ve a lo lejos tal un espejismo en la lejanía, acompañada de San Fernando y demás poblaciones vecinas hacia el oeste.
No dejéis de oler Zahara, porque Zahara es la casa del mar
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