Aeropuerto de Bilbao
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Bilbao fue fundada allá por el año 1300, pero fue en la Edad Media cuando se convirtió en una importante ciudad mercantil y marítima, fundamental en la vida comercial. Hoy día, ha pasado de ser una ciudad sustentada en gran medida por las minas de hierro, ennegrecida de industrias, a ser un valle encantado cercado por montes que custodian incorruptibles el discurrir de la ría del Nervión. Por este motivo, a Bilbao se la conoce cariñosamente como «el Botxo» (el hoyo).
Yo he ido de dos maneras. La primera en avión. Para llegar de esta forma, Bilbao cuenta con un aeropuerto «La paloma» no muy grande pero bien organizado, diseñado por Santiago Calatrava, que quiso darle esta peculiar y original forma con el fin de expresar «la idea del vuelo». Al estar situado a 12 km de la capital vizcaína, rodean sus estructuras amplias zonas verdes, que desde mi punto de vista representan uno de los puntos clave de esta tierra: las vegetación, un paisaje bellísimo. Cuenta además, con buenas comunicaciones con las autopistas este (Irún y Francia), del oeste (Santander) y dirección sur (Madrid).
Desde esta última autopista, he llegado a la ciudad con el coche, desde la A-1 y luego la AP-68. El acceso no me resultó dificultoso, y un detalle que me gustó bastante fue que al finalizar el tramo de peaje Burgos-Bilbao, nos dieron un papelito para avisar a los conductores de que la entrada a la ciudad tenía retenciones, dándonos una salida alternativa. No sé si será muy frecuente que se haga esto en las autopistas, pero yo nunca lo había visto y se agradece mucho para los que como yo desconocemos el estado del tráfico allí.
A primera vista, resulta una ciudad como otra cualquiera, con calles céntricas bulliciosas, avenidas repletas de coches, edificios altos y grises. Al situarse en un valle, a Bilbao no le queda otro remedio que expandirse a lo alto. De hecho ya comienzan a construirse edificios de una altura que tratan de desafiar al mismísimo monte Pagasarri y resto de la orogenia circundante. Hay que abrir los ojos hasta llegar a ver todo aquello que da vida, adentrarse en las zonas históricas, pasear a lo largo de la ría, respirar la pureza de las zonas verdes, observar sus gentes, sus costumbres, su gastronomía.
Una de las cosas que más me llamó la atención fue la gente tan variopinta. Me explico: aquí, paseando por las calles de Córdoba las personas no resaltan unas de otras (siempre desde mi punto de vista y sin querer ofender). A mí me parecen bastante iguales, del mismo estilo, más o menos vestidas en la misma línea…. No es que sea raro tropezarse con alguien cuyo estilo sea «distinto», pero no abunda. Sin embargo, por cualquier calle de Bilbao, es curiosísimo porque la gente no va tan igual una a la otra, hay más variedad, las formas, los peinados, los colores de las vestimentas dan más alegría a sus calles. Eso me encantó.
El paisaje, encantador, verdes montes en el horizonte que cambian de tonalidad según el cielo sea azul o tirando a gris. No estoy acostumbrada a ver tanta verdura dentro de una ciudad, en cada barrio, rotondas decoradas con flores de colores.
Otra de las sorpresas que me brindó la ciudad fue que los viandantes paseaban con sus perros sueltos con total normalidad, sobre todo en el Casco Viejo. Como gran amante de los animales, eso fue un regalo, pues también varía bastante con respecto a mi día a día que no es más que miradas raras, llamadas de atención y malas caras aunque vaya con mis perras atadas. Allí salía a pasearlas, y raro era la persona que no les dedicaba una carantoña, una palabra amable, o simplemente una amplia sonrisa al verlas pasar. Nadie se apartaba adoptando gesto tosco, todo lo contrario, amabilidad para con ellas y conmigo. Y yo con una cara de felicidad inmensa.
Era una de las cosas que me tenía un poco preocupada. Pensaba que me mirarían mal si hablaba castellano, o me tendría que apañar con el euskera en los comercios, pero nada más lejos de la realidad. Durante mis estancias apenas he oído el idioma, sólo a algunos viandantes o niños. El euskera es curioso y bastante difícil de asimilar porque no se parece en nada al resto de idiomas que estamos acostumbrados a aprender en el colegio. Tardé más de dos días en quedarme con la palabra «goazen» y eso que supuestamente se me dan bien los idiomas. Si que es verdad que la mayoría de los carteles fijados en las calles están en euskera, aunque lo normal es que todo esté con ambos idiomas.
Va a parecer que no hay nada malo en Bilbao, seguramente habrá muchas cosas que no me gusten, aunque por ahora estoy encantada. Me ha gustado estar allí, me ha gustado casi todo de allí (exceptuando el gran problema que todos conocemos), y claro, el tiempo no iba a ser menos. Pero es que tuve una suerte tremenda puesto que de dos semanas que estuve en septiembre, sólo llovió un día, y de la semana pasada no hizo malo ningún día (y eso que estamos en otoño).
Hubo muchos días típicos grises, plomizos, con nubes amenazantes cargadas de lluvia que no llegaban a estallar. Es ese cielo que toma una tonalidad espectacular cuando entre la gruesa capa nubosa se abren rendijas por las que pasan los rayos del sol….ay! qué preciosidad. Temperatura para estar en manga larga finita durante el día ( entre 20-24 ºC) y algo más abrigado por la noche (15-18 ºC). Eso si: sentada en un banco al sol se estaba de verdadero lujo.
Muy frecuentados durante mis estancias. Voy a centrarme en los 2 en los que he estado
Conocido como Las Siete Calles, es un lugar tan encantador, de calles pedregosas que exhalan sabiduría. Se dice que visto desde el cielo, el Casco tiene forma de corazón y no sin razón porque me atrevería a decir que es el centro de bombeo de la ciudad, tanto por ser uno de los puntos comerciales clave como por ser un lugar de encuentro, ocio y animación.
Cuenta con la Catedral de Santiago como principal monumento, situada en el centro, de estilo gótico, aunque sólo la he visto por fuera. No hay que dejar de ir a la Plaza Nueva donde tomé mi primer almuerzo y en otra ocasión un refresco.
Calles repletas de comercios, tabernas y restaurantes mencionando en especial la calle Somera. En el Casco viejo he pasado momentos inolvidables. Cada vez que he estado en Bilbao, hemos ido varias veces y casi me lo conozco mejor que mi propia ciudad, aparte de tener un significado especial para mi, pues en el interior de de los bares de Barrenkalle he pasado ratos llenos de ternura a la vez que iba creciendo un sentimiento dentro de mi gracias a la inmejorable compañía que tuve. No hay que salir de Bilbao sin haberse empapado bien del Casco Viejo.
En cuanto a este tema no he probado gran cosa, pero sí quisiera hablar de una especialidad que he tardado dos años en probar (mira que tenía ganas ya). Se trata de la porrusalda con bacalao. Si, suena a risa eso de la porrusalda, pero se llama así. Se trata de un potaje hecho a base de bacalao desmigado, patata, puerros, ajo, zanahorias, pimienta negra, hoja laurel y aceite de oliva. Yo que soy de buen comer (tanto en cantidad como en variedad) me quedé muy satisfecha. No tiene un sabor especial, o distinto, sino que toma el sabor del bacalao acompañado por las hortalizas.
Comienza su funcionamiento en 1995. A mí me pareció sencillo pero eficaz, imposible de equivocarse hasta para una mente torpe como la mía. En toda la ciudad hay numerosos puntos de metro, a los que podemos acceder por medio de amplios ascensores (hasta 23 personas) o bien por medio de escaleras (mecánicas o no) localizables gracias a sus entradas en forma de tubo de cristal que reciben el nombre de «fosteritos» por su arquitecto Norman Foster. Los puntos de acceso al metro se avistan desde bastante lejos gracias a una señal roja, erigida a muchos metros de altura en cuyo extremo superior hay tres círculos entrelazados.
Cuenta con 2 líneas (32 estaciones ) que toman forma de Y para llegar a todo el área metropolitana, aunque aun no está todo construído. Hasta ahora las dos líneas son:
Lo que más me gustó fue que los metros pasaban aproximadamente cada 3 minutos (indicado el tiempo de cada metro por paneles), de modo que si no te da tiempo a coger uno por 5 segundos, no llegarás mucho más tarde porque pasará otro en breve. Eso sí, según el recorrido habrá mayor o menor tiempo de espera. Yo hablo de los trayectos que he hecho, casi todos: Santutxu-Casco Viejo o Santutxu-Deusto.
Por último me dedicaré a comentar los sitos de interés en los que estuve, primando en todos ellos la belleza.
Y hasta aquí llega este personal resumen de las maravillas de Bilbao. Me dejo muchas cosas en el tintero, pero creo que he plasmado las sensaciones tan bonitas que allí experimenté. Espero poder volver durante mucho más tiempo y contaros más cosas, ratificar mi buena experiencia o descubrir los aspectos negativos que por ahora no he visto. Espero que os haya gustado porque y haberos transmitido mi disfrute.
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